La última ciudad (relato de ficción): Capítulo 3

La Última Ciudad es un sitio complejo. Nuevo y viejo, unido y dividido. Gente de todo el mundo viene aquí por cualquier medio posible. Es una ciudad de supervivientes, de personas con fe y esperanza que son conscientes de que la humanidad se encuentra al borde de la extinción; sintiéndose orgullosos de ello en la mayoría de los casos. “Somos pocos pero somos fuertes”, y ese tipo de cosas.

Pedacitos de la tecnología de la Edad de Oro están contínuamente emergiendo y siendo utilizados por personas que se han criado aprendiendo a hacer fuego para sobrevivir y a matar o morir. Existe un sitio de barbacoas Mongol que adoro. El grill está fabricado con el metal rescatado de un container de envíos de mercancías. Hay también una pantalla holográfica, así que puedes ver las carreras de colibríes mientras comes. Y así es la ciudad en general. Tradiciones arrastradas de todas partes del mundo y adaptadas para que funcionen en condiciones casi apocalípticas combinadas por comodidad y estilo con la tecnología más alta y puntera que puedas imaginar. Hemos construido rascacielos y un sistema de transporte público que funciona por levitación magnética, pero aún así la mayoría de la gente se centra en enseñar a sus críos cómo sobrevivir con una mochila cargada de los materiales esenciales, en caso de que Los Caídos asalten nuestros muros.

Es un extraño, maravilloso, desesperado y precioso lugar para vivir y siempre me ha encantado llegar a conocer sus idas y venidas.

Soy un hombre caucásico y heterosexual que básicamente opina que la Nueva Monarquía está bien y que, a pesar de toda la unidad que nuestras pequeñas motas de luz sienten unos por los otros , eso significa que hay algunos barrios en los que no soy bienvenido. Eso engloba cada grupo racial, orientación sexual, género y afiliación política aquí en la Gran Ciudad. En la mayoría de las zonas puedes decir y creer lo que te dé la gana, siempre que no hagas daño a nadie no tendrás problemas. Pero existen lugares en la ciudad donde no hay necesidad de ir si eres esto o aquello. Como policía, era mi trabajo ir donde se me necesitara; sin embargo había sitios en los que sabía que podría entrar estando sólo o acompañado de otro oficial, y otros sitios en los que estaba advertido de no entran a no ser que estuviera completamente armado y acompañado de un escuadrón de policías. Todos estos sitios no recomendados estaban muy aislados, con frecuencia una o dos manzanas.

El Viajero es una presencia tan constante sobre nosotros que ya nadie repara en él. La sombra que da y el efecto que provoca en el tiempo y el ambiente es ahora una parte más de nuestra vida. Sin embargo, he oído que un apartamento con vistas al Viajero tiene un alquiler que algunas veces puede ser un 10% más caro que si mirase al río. Por alguna razón, es lo que congrega a las personas y es como la ciudad crece.

Mi oficina no tiene “vistas al Viajero”; está a unas cuantas millas del centro de la ciudad, al este de El Viajero. Está justo cruzando el Puente de San 14, en la segunda planta de un edificio de oficinas de hace 30 años. El edificio está bastante decente. Mi oficina se encuentra justo encima de una tintorería, así que siempre hay mucho trasiego de gente a pie. Apuesto a que he conseguido más de un trabajo simplemente porque la gente veía mi nombre y mi trabajo en la puerta al lado del de la tintorería.

En realidad, el Señor Malhotra es quien me consiguió mis primeros trabajos. Me pagaría por hacer el seguimiento de algunas fianzas no resueltas de unos jerséis y le daría mi contacto a su “clientes”, que sospechaban que su esposa les estaba engañando y querían fotografías como prueba. Mis nuevos ojos tienen una decente cantidad de espacio digital para almacenar. Puedo grabar vídeos y echar fotos al mismo tiempo, y mandar esas grabaciones a mi terminal de seguridad de mi oficina. La grabación no es una opción extra: fue integrada para permitir a los técnicos médicos hacer diagnósticos sobre la marcha mientras me acostumbraba a los ojos. Le pagué a un adolescente callejero 30 lumen y un almuerzo en el sitio Mongol de las barbacoas para liberar los permisos de usuario y poder utilizar los ojos por mi cuenta. Ahora, si puedo verlo, puedo grabarlo. Sólo imágenes, de todas formas. Los ojos no tienen ninguna conexión digital con mis oídos así que las grabaciones no tienen audios. Solían decir que las imágenes valen más que mil palabras. Normalmente cobro alrededor de 120 lumens por mis imágenes. Con un buen par de gafas (mi padre me dió unas que él usó en sus tiempos de refugiado) soy una cámara andante y parlante.

Después de seis meses, conseguí consolidar bastante bien mi negocio por mis propios méritos. Algunos procuradores me estaban pagando regularmente para las citaciones judiciales y al parecer no andamos cortos de esposas sospechosas. Empezaba a creer que estaba cogiéndole el tranquillo a esto de la investigación. Mi primer caso real me demostró todo lo contrario.

Era una mañana clara de los primeros días de primavera y me encontraba en la oficina bebiendo mi segunda taza de café y leyendo las noticias en mi terminal cuando recibí una llamada de Kara. Una pompa de dolor y esperanza apareció en mi pecho e intenté reventarla lo más fuerte que pude. Un ejercicio al que me estaba volviendo bastante bueno. Ella había cortado casi toda comunicación conmigo cuando le rogué por una segunda oportunidad. Comprendía que había roto su confianza, pero también sabía que se sentía culpable por haber decidido divorciarse de mí. Después de pensarlo, me imaginé que la mejor manera de alejarla aún más era intentar que volviera. Así que lo que intenté fue ser una persona decente y dejar que la naturaleza hiciera lo que estimara. Por otra parte, también iba regularmente al gimnasio y machacaba el saco de boxeo hasta que no podía levantar mis brazos.

• Buenos días, Kara. ¿Qué tal? ¿Cómo está David?.
• David está bien. Habla todo el tiempo de que va a estar contigo la semana que viene.
• La felicidad y la culpa me embargan en la misma proporción. – Estoy deseándolo también -.
• Te llamo por Rupert.

Fruncí por confusión. Hablaba de su tío, Rupert Dillon. Rupert era un chico decente. Un abogado que hacía algo con contratos o propiedades o algo así. Murió hacía ya algunas semanas. Iba andando hacia su casa desde el trabajo una tarde y uno de esos trenes de suspensión magnética que he mencionado antes lo arrolló. Ocurrió sobre las tres de la mañana y un análisis forense demostró que había restos de alcohol en su sangre. Pobre chico, había estado trabajando muchas horas y sólo quería vencer al tren para llegar a la cama.

• ¿Hay problemas con los bienes o algo?.  
• No, el lo tenía todo bastante arreglado. Sin mujer, ni hijos, ni nada excesivamente complicado que solucionar. Lo que me está molestando es que… – Suspiró, y puedo escuchar su frustración creciendo en su voz. – ¡No consigo aceptar que muriera de ese modo! No tiene ningún sentido. Ya se lo del alcohol en la sangre, pero el tío Rupert nunca fue un alcohólico. Hacía el mismo camino desde su casa al trabajo desde hacía 20 años. Y no es nada fácil pasar por alto las luces de emergencia y las alarmas de esos trenes. ¡Los zumbidos lo habrían espabilado incluso si hubiera estado borracho y dormido!
• Es cierto – dije. Lo que estaba pensando era “algunas veces estas cosas pasan, mírame a mí”, pero no lo dije. Estaba contento de que me hubiera llamado para pedirme ayuda y sabía que si era desdeñoso la conversación no acabaría nada bien. Su madre había desechado sus preocupaciones, que era parte de la razón por la que me llamaba a mí. – ¿Qué crees que pasó?.
• ¡No lo sé! Pero lo que realmente me molesta es que todo el mundo está aceptando esto como un accidente y pasando de largo sin ni siquiera parar a pensarlo por un instante.  
• ¿Todo el mundo? La policía comprobó la escena e hicieron una autopsia. Definitivamente murió del trauma masivo por el impacto y encontraron… evidencias, en el tren que lo golpeó, confirmado por el análisis de ADN. Creo que sí hicieron investigaciones.
• Si, y comprobaron las cerraduras electrónicas de su oficina. Había estado trabajando muchísimas horas en los últimos tres meses. Lo sé, lo sé. Mi madre sólo quería juntar los bienes y acabar con todo. Dice que no estoy “llevando el duelo como es debido”.

Bingo.

• Me gustaría echar un vistazo, Kara. Aunque tengo que decirte que dudo que vaya a encontrar nada nuevo.
• Gracias. ¿Cuáles son tus tarifas?
• No digas eso. No quiero que me pagues nada. Además, justo te mando los tres trimestres de todas formas.
• Me siento mal si no te pago nada. No quiero que hagas esto por sentirte culpable o algún resquicio de responsabilidad hacia mí. Espero que apoyes a David, por supuesto, pero no me debes nada. Sólo soy la puta que te dejó después de que te quedaras ciego cumpliendo con tu deber.
• Odio cuando dices eso. Mira, ¿qué dices de una lasaña?
• ¿Lasaña?
• Sí, lasaña. Tu, yo y David. Te diré cuando crea que he encontrado todo lo que he podido, y luego podemos cenar. Te contaré todo lo que encuentre después.

Hubo una larga pausa. Justo cuando creí que iba a dar marcha atrás, Kara habló. – Vale, hecho.

Conseguí algunos detalles más y los códigos de acceso a la oficina y la casa de Rupert y luego terminó la llamada. Me recosté en la silla y la volví hacia la ventana. El sol estaba subiendo hacia el mediodía. El atisbo que podía distinguir de El Viajero estaba a pleno sol, con su anciana piel resplandeciente. Podía casi ver la luz reflejada en el río, al norte. Podía oír los sonidos típicos de la ciudad debajo de mí, y encima de ellos, el retumbar de los jets de VTOL que iban y venían continuamente de la torre de los Guardianes.

Justo en ese momento, caballeros del espacio utilizaban su magia y sus cohetes contra aliens, demonios y robots viajeros del tiempo por todo el sistema solar. La única cosa que me importaba era que tenía una ligera oportunidad para traer de vuelta a la chica que amaba. Era hora de empezar a trabajar.  

Continuará…